Yo fabriqué la mesa, cuando terminé la obra de la casa, pasé mucho tiempo en las habitaciones imaginando los espacios. El comedor tenía que ser un espacio versátil, era donde tendría que dibujar o escribir, pero también era donde reuniría algunas veces a los amigos o a la familia. Estudié las medidas y durante un tiempo tuve un tablero sobre unas cajas para comprobar que el tamaño y la altura de la mesa eran las precisas, después fui a una carpintería e hice cortar las piezas, las ensambló el carpintero, cuando me trajo la mesa se reía mucho de mi porque decía que parecía un trono y que no serviría para comer. Estoy acostumbrada a oír todo tipo de críticas a las cosas que hago y he aprendido a reírme también. Entonces pinté la mesa, tardé toda una semana, primero una imprimación en esmalte rojo, después pan de oro y pátinas. Yo había comprado un sofá en un anticuario hacía mucho tiempo, era tan pequeño porque entonces vivía en un estudio que no admitía nada de proporciones normales. Tiendo a enamorarme de las cosas (y de las personas) que me hacen feliz y me enamoré de ese pequeño sofá rojo. También tiendo a abandonar las cosas (y las personas) que no me hacen feliz, aunque sean hermosas o valiosas. Tenía que encontrarle un sitio a ese sofá y lo puse junto a la mesa, así las sobremesas se convierten en tertulias o cuando desayuno sola lo hago en ese sofá tumbada mientras leo o simplemente miro la luz de la mañana.
Es el comedor, con la mesa dorada, el sofá rojo, las sillas tapizadas en brocado, el espejo que me regaló mi padre cuando tuve mi primera casa y que duplica el espacio haciéndolo un poco mágico, la lámpara de nácar, las velas.
Como todos los espacios va llenándose de vida y recuerdos, algunas veces lo miro entre las sombras soñando otras cenas que haré, otras conversaciones, otras risas, otras miradas.
En todas las esquinas de la vida quedan cosas por vivir.
Sabes? No me quedo a una sobremesa si los asientos no son cómodos. Los asientos tienen que permitirme arrancarme de mi cuerpo para ir a buscar las historias para contar. Y ser oído del mejor para escuchar los relatos que traen otros.
ResponderEliminarMe urtican los comedores que defienden una estética de superficies duras -- una forma pasiva de ser agresivos con el invitado.
Por eso me gusta tu sillón rojo, invitante. Una nave más dentro de tu nave. Y tu lámpara de nacar -- uno puede irse por ella en pensamiento, palabra, y obra.
Tu mesa multiuso, para tomar curvas cerradas, o beber agua de sol; para reir, llorar, o confesarse mientras se apoyan los codos o se agarra uno la cabeza con la mano, me gusta.
Los espejos son siempre inquietantes. Juego con ellos a discreción. Juegas tu con los espejos?
No me cabe una duda de que a tu comedor le quedan cosas por vivir. Es más, creo que le hace falta iniciar una historia nueva.
:
"Estoy acostumbrada a oír todo tipo de críticas a las cosas que hago."
Bravo, Elvira, y río también.
Cómo me alegran tus palabras!
EliminarSobremesas de palabras y risas, historias nuevas, reales o inventadas, jugar con los espejos...
... cómo me alegra verte de nuevo!