sobre las cosas del vivir
martes, 3 de abril de 2012
bajábamos...
Bajábamos desde el séptimo piso corriendo, era muy divertido porque el giro de los escalones mareaba un poco y cuando llegábamos al portal estábamos borrachas de risas, mi prima Carmina era siempre la primera, la que más corría, llegaba a saltar los escalones de cuatro en cuatro, yo sólo conseguía saltar de tres en tres y algunas veces en el quinto o en el cuarto rellano me caía. Nos íbamos sujetando al pasamanos de madera y a veces nos quedábamos suspendidas en el aire, si te agarrabas con las dos manos al pasamanos conseguías saltar hasta siete escalones, eso llegó a hacer Carmina, yo nunca. En esa escalera también nos sentábamos a contarnos los secretos y era donde yo le hacía a Carmina los deberes sin que nadie se enterase, a cambio ella me pasaría la pelota en clase de gimnasia y si alguna mayor venía a por mi me defendería. En las escaleras ella besaba a su primer novio mientras yo esperaba dos pisos más arriba, por si venía alguien, no los veía pero los oía suspirar y susurrar. Carmina me dijo que cuando yo saliese con alguien ella también vigilaría. El mejor rellano para besar era el tercero porque allí vivía doña Concha que era sorda y no salía casi nunca.
Yo creía que el recuerdo era borroso, que el tiempo difumina y diluye, pero no es cierto. La vida me ha llevado hoy por casualidad a aquella escalera. He subido hasta el tercero buscando la consulta de un dentista, es el rellano de los besos, son los mismos escalones de mármol, el mismo pasamanos de madera, las mismas puertas, la luz que entra por la ventana es la misma, lo se porque ilumina el mismo desconcierto y las mismas dudas. Me he sentado en un escalón durante mucho tiempo intentando tragarme la emoción a sorbitos y respirar profundo para que al llegar al dentista los ojos no me llorasen.
Entonces recordé que fue bajando despacio esa escalera, en una tarde de primavera cuando dejé de ser niña y me hice mujer.
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