sobre las cosas del vivir



martes, 17 de enero de 2012

buda...



En una pequeña hornacina blanca en mi dormitorio blanco, tengo un buda blanco. No representa para mi a ningún dios, ni ninguna creencia, ni tiene más significado que el de ser una hermosa figura blanca que sonríe. Me la regalaron mis padres cuando me vine a vivir a esta casa, ellos la tenían en una cómoda del salón, me había acostumbrado a verla rodeada de otros muchos objetos bellos, una lámpara de porcelana, unos candelabros de plata, una fuente de cristal de roca, una colección de cajitas de marfil y nácar, una daga con el puño de asta tallada, un jarrón donde mi madre solía poner hojas de hiedra que cortaba del patio y las cartas sin abrir que se dejaban abandonadas durante meses allí, en aquella cómoda.
Perdido entre otras muchas cosas que llenaban la casa, el buda blanco se hacía invisible, sabía que mi padre lo apreciaba mucho porque siempre lo había tenido cerca, difuminado también entre miles de otros objetos que llenaban aún más su casa familiar.
Yo de niña solía pasar mucho tiempo observando todas aquellas cosas, cuando jugaba sola (casi siempre jugaba sola) le inventaba una historia a cada objeto y después lo trasladaba con la imaginación a otro espacio distinto creado por mi. Soñaba que le daba a cada cosa una vida nueva. Porque los objetos tienen vida y muchas historias que contar.
El buda blanco está ahora en la hornacina blanca de mi dormitorio blanco. Aislado, se ha hecho más grande y más importante. Lo miro cuando me despierto y sonrío como él.

Los sueños de los niños algunas veces se hacen realidad.

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