sobre las cosas del vivir



sábado, 28 de septiembre de 2013

volver...



"Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida"


Amar la vida desde el despertar, entraba el sol en la habitación, las palmeras susurraban en voz baja. Amar la vida era desayunar en la terraza y soñar, bajar la cuesta entre luces y sombras, era saludar con una sonrisa al barrendero que se llamaba José, "hola José, buenos días, ¿estás bien?", eso era amar la vida, era llegar al paseo marítimo y soltar a la perra que corría feliz, los camareros regaban el suelo antes de abrir los bares y sacar las mesas, me mojaban los pies, la perra ladraba y yo reía. Amar la vida era llegar a esa playa en el centro de la ciudad. Era nadar y soñar, tumbarme al sol y creer. Confiar. Parecía entonces que todo era posible y que podría cambiar el rumbo de las cosas. Amar la vida era repetir el mismo camino sin ser consciente de la monotonía porque cada día era distinto.

"Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso... el amor es simple y las cosas simples las devora el tiempo."

Tarareando una canción, "las cosas simples" de Chavela Vargas.
Vuelvo a los baños del Carmen en Málaga.
 Donde amé la vida.


martes, 24 de septiembre de 2013

el bosque...





Durante mi ausencia han crecido tanto las plantas del patio rojo que parece un bosque. Un bosque pequeño y denso. Se han entrecruzado las ramas del ficus con las del prunus. La bisnonia ha llegado al cielo y el jazmín que brotó tímido llenándome de felicidad se ha vuelto loco, se derrama sin control y no para de llorar jazmines blancos que caen en la fuente, en los chinos, entran en la casa y me los encuentro por las esquinas.
A la luz de la mañana y al cielo azul les resulta imposible atravesar el bosque donde vivo, ahora entrar en la casa es como entrar en una capilla silenciosa y fresca, tardo algunos segundos en comprender esta penumbra y este aire místico.
En mi ausencia las plantas que tanto amo se han hecho mayores de repente, se han independizado de mi, se han vuelto rebeldes, como si no me necesitasen y ahora tengo que volver a domarlas, no son conscientes de que están cautivas y de que los muros que las separan del mundo las protegen también evitándoles el sufrimiento. He vuelto, les digo suavemente, ya estoy aquí, me tumbo sobre los chinos mirando el bosque salvaje que cuando se afiance el otoño comenzaré a podar.

Desde la ventana del dormitorio puedo ver mi bosque dede arriba, me inunda una alegría mágica, acaricio las hojas como si fuesen las yemas de otros dedos y siento una ternura infinita. Es mi pequeño bosque cautivo.






domingo, 22 de septiembre de 2013

sirena...




Aquel verano mi padre se había fabricado un arpón, talló la punta blanca de asta, afilada y suave de tanto haberla limado y acariciado con sus manos, la ató a una vara flexible de olivo con un hilo de seda que enceró hasta conseguir que aquel objeto fuese bellísimo y muy eficiente. Así son todas las cosas que ha hecho mi padre, bellísimas y precisas, no hace más que lo que a él le apetece hacer, nunca lo he visto trabajar por obligación, siempre por amor, un amor extraño a lo que está haciendo que, sin embargo, fácilmente puede truncarse en abandono y he visto muchos de esos objetos bellísimos que salían de sus manos y de su amor morir olvidados, no he comprendido nunca el motivo pero ahora, al pasar los años, reconozco en mi la misma capacidad de abandono y de olvido.
Aquel verano mi padre fabricó un arpón y se dedicó a pescar pulpos en las rocas, las gafas de bucear y el arpón, nada más, nadaba despacio para poder verlo todo. Tardé una semana en convencerlo para que me dejase ir con él, yo tendría 6 o 7 años pero nadaba muy bien, nunca me cansaba ni tenía frío, aguantaba la respiración y era capaz de nadar tan despacio o tan rápido como mi padre. Yo iba tras él, algunas veces agarraba su tobillo y él se giraba, nos mirábamos bajo el agua, no teníamos que hablar, aún hoy no tenemos que hablar para entendernos, conservamos el recuerdo de aquellas miradas líquidas. Si yo había visto el pulpo escondido entre las algas o las rocas él bajaba y con una destreza que aún hoy me sorprende, lo pescaba y me lo daba a mi, yo me lo pegaba en el brazo o en la pierna si era más grande y nadaba hasta la orilla, orgullosa de la pesca, como una niña salvaje salía del agua y lo dejaba allí, entonces volvía nadando hasta donde estaba él, algunos días pescábamos 5 o 6.
Me dijo mi padre una mañana de aquel verano que a mi me había pescado también, que yo era una sirena chiquita que vivía en unas rocas que hay más lejos, vio mis ojos azules del color del mar, y me siguió durante una mañana entera porque me escapaba como un pececito, pero no me resistí tanto como los pulpos, fui fácil de capturar.

Por eso amo tanto el mar, por eso cuando me alejo de la orilla me siento feliz, me siento feliz cuando nado con los ojos abiertos y cuando bajo al fondo, me siento feliz en el silencio del mar, en el sabor a sal, en el olor de las algas.
Si mi padre no me hubiese pescado aquel día quizás yo habría sido siempre feliz.



jueves, 19 de septiembre de 2013

el fin del mundo...



En el fin del mundo me sorprendía el silencio. El frío y la soledad también. La tierra roja, el camino largo, las paredes de piedra, el vacío y el cielo azul.
Había alquilado una habitación en un hotel rural, no había sido capaz de vivir en aquel pueblo que se cree ciudad. No pude soportar las miradas ni las preguntas y me fui. Era un caserón viejo que daba miedo, durante la semana no había huéspedes y estaba sola, habitando en un planeta rojo de otro tiempo. Por las mañanas salía por el portón trasero y me iba con la perra al fin del mundo.
Para llegar allí había que atravesar el camino largo que cruzaba la llanura, en invierno estaba todo nevado, llevaba a la perra en brazos, la metía bajo mi chaqueta porque era muy pequña y temblaba de frío. Yo también temblaba pero seguía caminando hasta el abismo rojo, en algún momento de la historia la tierra se había desplomado en aquel punto. Me paraba en el precipicio y temblábamos las dos mirando el vacío, al borde del silencio y del frío, en el centro de la soledad.
Los de la aldea llamaban a ese lugar el fin del mundo.

Iba cada día al fin del mundo. Del fin del mundo, dejando allí parte de mi alma, fui capaz de regresar y aunque aquel sea uno de los lugares más bellos que conozco no podría, no querría volver.






domingo, 15 de septiembre de 2013

qué eres?...




Algunas veces, cuando voy navegando me lanzo al mar, agarrada a un cabo me dejo llevar por la 
fuerza del viento. Respirar no es importante, entonces no pienso, ni me preocupo, ni recuerdo, voy sintiendo sólo; las olas, la sal, la espuma blanca, el azul. ¿Soy mar o pez o sirena?
Si paseo por el monte con la perra soy ama, la llamo y viene, decido dónde ir y cuándo volver, o me convierto como ella en animal y subo por las rocas a cuatro patas, arañándome las manos, oliendo a tomillo y a romero, atenta a los pájaros y a los insectos, detrás de ella que sabe más. ¿Soy animal?
Enseño a dibujar en un aula antigua llena de esculturas de escayola que ya no se usan como modelos. Quiero creer que enseño también a mirar y a sentir, a expresar y un poco a ser. ¿Soy profesora?.
Paso horas en mi estudio, leyendo, escribiendo, dibujando, no me asusta el tiempo que pierdo, no siento remordimientos por disfrutar de ese dulce no hacer nada recreándome en los detalles o en las sombras, busco la belleza de las cosas. ¿Soy hedonista? ¿Soy inconsciente? ¿Soy vaga?.
Suelo reír, minimizar los problemas, ver el lado bueno. ¿Soy alegre? 
Lloro, sufro, dudo, me rindo. ¿Soy triste?.
Viajo sola, me enfrento sin temor a situaciones nuevas, a gente nueva, voy de noche por la carretera de los pinos por donde no va nadie. ¿Soy valiente?
Me escapo, huyo, me escondo. ¿Soy cobarde?
Juego, tengo curiosidad y ganas de aprender. ¿Soy joven?
Me canso, no me muevo, tengo muchos recuerdos. ¿Soy vieja?

¿Qué soy?






jueves, 12 de septiembre de 2013

la libertad...




Hace Montaigne una lista que lo ayude a liberarse de todo lo que lo molesta, lo refrena, lo limita:

Liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil.
Evitar la presunción.
Liberarse del miedo y de la esperanza, de la fe y de la superstición, de las convicciones y de los partidos.
Liberarse de las costumbres: "El uso nos hurta el verdadero rostro de las cosas".
Liberarse de las ambiciones y de toda forma de codicia: "La reputación es la más inútil, vana y falsa moneda de la que nos servimos".
Vivir libre de la familia y del entorno, libre del fanatismo: "Cada país cree poseer la religión más perfecta".
Libre frente al destino: somos sus amos, nosotros otorgamos color y aspecto a las cosas.
Y la última libertad:
Frente a la muerte. "La vida depende de la voluntad ajena; la muerte de la nuestra. La muerte más voluntaria es la más hermosa".

Ahí está.
La libertad...



lunes, 9 de septiembre de 2013

nubes de otoño...



Quiero atravesar las nubes de otoño con los pies desnudos.
El alma, sin reproches, desnuda también.
Y que no sea real, o que sí lo sea, morder las nubes de otoño, deshilacharlas, tejerlas con mis dedos, con mi pelo, con las gotas de mar que me salen de los ojos.

Con las que me entran en la boca al respirar.






sábado, 7 de septiembre de 2013

luz de otoño...



-Tengo que decirte algo.
-Dime.
-Siempre tengo que decirte algo que después nunca te digo. Hablo contigo más en mi cabeza que en realidad.
-Por qué no me lo dices?
-Porque me da pereza, porque nos hemos hecho viejos, o porque me olvido, algunas veces porque no tengo ganas y no quiero mover las cosas.
-Yo querría que las cosas se moviesen. Pero tampoco hago nada para moverlas.
-Recuerdas cuando te hice una lista con todo lo que amaba de ti?
-No.
-Tengo que decirte algo.
-Yo también. Quise irme una vez, pero no lo hice y ahora me alegro mucho de no haberlo hecho, aunque haya perdido la posibilidad de haber vivido otra vida. Me alegro de seguir junto a ti.
-Lo supe entonces y lo sé ahora. Yo también me alegro.
-En el sofá nunca hubiésemos dicho estas cosas, frente a la tele no hablamos. Qué quieres decirme tú?
-Yo no te digo siempre la verdad.
-Yo tampoco.
-Mira cómo saltan los peces, hay muchos!
-Has visto el reflejo de los barcos? parece que el agua sea un espejo.

Hace luz de otoño hoy.

(desde lejos, aunque no se oigan con nitidez las palabras, todas las historias son posibles. Se les puede incluso hacer una foto)



miércoles, 4 de septiembre de 2013

por qué escribir?...



Rebeca me ha regalado un libro: "I RACCONTI" de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Hace tiempo que lo buscaba para mi, lo ha encontrado en Madrid, en italiano. Quería dármelo la próxima vez que le cortase el pelo, como agradecimiento a esas furtivas sesiones de peluquería que hacemos de tarde en tarde, cuando me lo pide, a la hora del recreo o en algún momento libre entre clase y clase. Soy yo la que le agradece a ella que me deje cortar (como si estuviese pintando un cuadro) su precioso pelo. Pero nos hemos visto por casualidad en los últimos días de este verano difícil y me ha dado su regalo con antelación, se lo he agradecido mucho porque así puedo comenzar el curso con la ilusión de otro libro nuevo. Rebeca sabe que me gustará y yo sé que ella sabe lo que me gusta, por eso he abierto el libro como si abriese el cofrecito de un tesoro.
No he pasado de la primera página, la introducción a "Recuerdos de la infancia". Dice Lampedusa que acaba de releer "Henry Brulard". La primera vez que lo leyó no le gustó porque estaba aún bajo la obsesión del "bello explícito" pero ahora no puede contradecir a quién lo califica de obra maestra de Stendhal. (Yo no he leído "Henry brulard", siento de golpe la necesidad de buscarlo y leerlo).
Dice sin temor Giuseppe Tomasi que quiere intentar hacer lo que hace Stendhal, la inmediatez de las sensaciones, la sinceridad, el esfuerzo por desenterrar los estratos de los recuerdos, las impresones tanto más preciosas cuanto más comunes. Dice que para quien se encuentra en el declinar de la vida es casi una obligación intentar recopilar la mayor cantidad posible de las sensaciones que han atravesado nuestro organismo. Pocos conseguirán hacer una obra maestra (Rousseau, Stendhal, Proust) pero a todos nos debería ser posible preservar algo de lo que sin este esfuerzo se perdería para siempre. Tener un diario o escribir a una cierta edad los recuerdos tendría que ser un deber.
Todo eso dice Tomasi y yo, al abrir el libro, en la primera página, encuentro la respuesta a las ganas de buscar en la memoria, la justificación a éste ir escribiendo sin pretensiones, sin motivo, sin valor, sin trascendencia. También yo a una cierta edad he comenzado a desenterrar los recuerdos y las sensaciones, que de todos modos, se perderán para siempre.

¿Por qué escribir?
Gracias, Rebeca, por regalarme una respuesta.


domingo, 1 de septiembre de 2013

septiembre...



Septiembre ya está aquí. Ha tenido que atravesar las inesperadas nubes densas que puso agosto entre el sol y el deseo de brillar (qué triste es la decepción).
Todo acaba y el verano se hace viejo, no sirve de nada agarrarse a él, ni a los recuerdos que seguramente se confunden con los de otros veranos que brillaron y se hicieron viejos (qué bueno es hacerse viejo y saber atravesar las nubes).

Comienza el año con el deseo de seguir aprendiendo, los zapatos limpios y los libros nuevos.