Teníamos un monito que vivía con nosotros como un hermano más, mi madre le hacía ropita diminuta y lo vestía por las mañanas, a veces pensé que lo quería más que a mi porque tardaba más en vestirlo a él; por las noches lo metíamos en el baño y le lavábamos el pelo con nuestro champú, cuando se mojaba se quedaba tan delgado que parecía un lápiz y nos reíamos mucho. Se llamaba René. Dormía con mi hermana pequeña que era entonces un bebé, René la cuidaba y la protegía, si alguien se acercaba a ella él se ponía a la defensiva y gritaba, si ella lloraba o había que hacerla dormir bastaba con llamar a René y él la tranquilizaba. Robaba cosas y escapaba, se subía a las cortinas y las lanzaba desde allí. Tenía una casita preciosa que le hizo mi padre, sobre una gruesa caña de bambú, era de madera, a dos aguas con una especie de terraza donde René se sentaba a mirarnos, si se sentaba de espaldas significaba que estaba enfadado o triste. Si a alguien se le perdía algo íbamos a su casita y seguramente lo encontrábamos allí, debajo de su manta o entre sus juguetes. Por la noche se abrazaba al cuello de mi padre o se subía sobre su cabeza cuando caminaba. Yo adoraba a René, no me cansaba de mirarlo ni de estar con él, aprendí su lenguaje y él el mío.
René murió, seguimos creciendo rodeados de animales, todo tipo de animales, la vida cambió, nos hicimos grandes, nos fuimos de casa. Ahora todo es un recuerdo y los recuerdos se difuminan inevitablemente.
Hoy es el cumpleaños de mi hermana, no sé si ella recuerda a René.
Hay días de nostalgia. Hoy también es mi cumpleaños y aquí estoy, buscando en la nostalgia y regalándome recuerdos.