sobre las cosas del vivir



miércoles, 25 de julio de 2012

el oeste...



Hay un norte y un sur, un este y un oeste en los libros. Me lo ha escrito hoy, en una carta, un amigo. Cuando abres un libro, cuando comienzas una página estás al norte y vas descendiendo al este, al sur, quizás en el oeste encuentras la frase que te hace detenerte y esperar. También hay un alba y un atardecer en cada libro, en cada página, le he contestado yo, en una carta, al amigo. Pero no sólo en los libros llega la luz o la oscuridad y la noche, también en cada comida, en cada viaje, en cada relación. Piensa en el amanecer de las relaciones, cuando todo es fresco y limpio, cuando aún queda todo por hacer y descubrir, qué diferente al medio día de una relación o de una comida o de un viaje. Qué diferente al anochecer de una relación cuando la ilusión se apaga y el deseo se adormece, o de un viaje, cuando se vuelve cansado y todo termina. Porque todo termina.
También hay un norte y un sur, un este y un oeste en cada comida, en cada viaje, en cada relación, pero tenemos que recorrerlos sin brújula.
Me quedo esperando otra carta del amigo, quizás me sorprenda de nuevo y me diga que no todo termina o que no hace falta brújula para viajar por el norte ni el sur ni el este ni el oeste de una buena relación.

Yo querría creerlo, no todo termina. Se puede llegar sin brújula y sin perderse al oeste de una buena relación.



2 comentarios:

  1. Es perfecto este post para mi impulso de comentarte algo hoy sobre algo que me ocurrió hace unos días.
    Estaba mirando objetos en una casa de muebles asiáticos en Charlottesville con una amiga de la infancia que vino a visitarme por unos días. De ahí nos fuimos a ver "prints" de ilustraciones de libros infantiles, porque ahora se me ha dado también por eso (tuviste algo que ver en el asunto, lo sabes). Y de ahí fuimos a un mercado de frutos y especias, donde no solo pasamos más de una hora haciendo compras sino que también almorzamos, a pesar de que eran las 4 de la tarde... Cuestión que al salir de allí, poniendo las bolsas en mi auto -- de nombre El Bendito -- vi algo en mi camisa que pensé, una mancha. Sin mis anteojos, jalé de eso que creí ser un brote de alfalfa huído de la ensalada que había almorzado, para ver que era un aro, con precio y todo, solo uno del par, ahí escondido dentro de mi camisa. Se me habrá enganchado cuando miré aros en la casa de objetos asiáticos, me dije. Mi amiga no salía del asombro. Es que habíamos andado tanto después de salir de allí. El tal aro, que jamás hubiera comprado, era un pez.
    Tuvieron que pasar algunas horas para que lo relacionara contigo.

    Mar, océano. Me pregunto cómo estará tu vida, en todas sus direcciones. Sin melancolía alguna, me lo pregunto, con cariño por ese pececillo compañero de travesías interiores.

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  2. Hoy fui a la tienda de objetos asiáticos a devolver el arito-pez que se vino conmigo. Luego de explicarle la situación y devolverle el aro, la chica de la tienda dijo, "this is the lucky fish, you are nice".
    Y yo pensé, I am.

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