sobre las cosas del vivir



viernes, 30 de agosto de 2013

la cicatriz...



En mi mejilla izquierda tengo una cicatriz. Es una línea sutil, de dos centímetros, no se ve fácilmente, yo sí porque sé que está ahí, antes se notaba más, pero el paso del tiempo difumina las cicatrices, las del alma también.
En el margen izquierdo del río (en mi mejilla izquierda llevo el recuerdo) yo construía una casita con cantos rodados, siempre jugaba sola (ahora también juego sola casi siempre), mis hermanos y mis padres estaban más abajo, junto a la tienda de campaña, recogían maderas para hacer una hoguera por la noche. Oí que mi madre me llamaba, seguramente llevaría mucho tiempo alejada de ellos y aunque no solía preocuparse noté miedo en su voz, gritaba mi nombre y el eco se lo lanzaba al cielo. Yo estaba entre las cañas, escondida en mi castillo de piedras mirando el río que se llevaba los pensamientos pequeños que tenía (todavía son pequeños mis pensamientos y ahora se los lleva el mar). No respondí, no sé por qué, yo era una niña buena y tranquila, era obediente, pero no respondí. Mi madre corría por la orilla del río buscándome. La veía y no la llamé, quizás era mi modo de jugar con ella o de oír al eco decir mi nombre. Cuando se acercó a mi escondite salí para darle un susto de esos chiquitos que dan los niños. Ella se giró y sin querer me arañó la mejilla izquierda.

La sangre manchó su camisa de rayas azules y blancas, mi pantaloncito celeste, sus manos que intentaban limpiarme para ver la gravedad del corte, mis lágrimas y el río.


miércoles, 28 de agosto de 2013

el cielo azul...




Ya han pasado las nubes como van pasando los pensamientos y sería mejor hablar con alguien, porque los pensamientos se hacen densos cuando se dicen y una respuesta, o un silencio, les dan consistencia y sentido.
En esta mañana, rota sólo por las campanas de la iglesia, desearía escribir una carta a un desconocido. En una carta así uno puede decir las cosas que no sabe contar a nadie más.
Sin rumbo, esos pensamientos que pasan, como las nubes serían libres.

Cuando termine esa carta me dormiré dulcemente soñando una respuesta, o un silencio, como el cielo azul.




lunes, 26 de agosto de 2013

una ventana en ruinas...



Algunas cosas no se eligen. Otras sí. Los objetos que nos van rodeando, las personas que amamos, aunque luego las olvidemos, algunos olvidos también se eligen, el trabajo que iremos haciendo a lo largo de la vida, los sitios donde vivimos.
Pero otras cosas no las elegimos, nuestros padres, nuestros hermanos, hemos elegido nuestros amigos, nuestros maridos o mujeres, nuestros amantes, pero no hemos elegido a nuestros hijos, si los hemos tenido, ni a nuestros abuelos que nos hicieron ser quienes somos.
Yo quería vivir lejos, esconderme y olvidar el daño y el dolor que puede llegar a hacer alguien a quién no has elegido, que está ahí a pesar de ti. Llevo toda la vida intentándolo.

Pero no sé si es posible mirar un paisaje hermoso a través de una ventana en ruinas.
No lo sé.





jueves, 22 de agosto de 2013

abandono...




Apenas te he dejado y ya me faltas. Hoy no te has portado bien, demasiada sal, demasiado sol, te movías  cansado, no me mirabas ni me buscabas, no me acariciabas, yo a ti tampoco, es cierto. En todas las historias de amor hay días así. He intentado lanzarme a ti pero estabas demasiado caliente, demasiado denso. De todas las historias de amor huyo, también de ti, he dejado en el camarote de proa mi ropa, mi libro, mi cuaderno de dibujo. He cerrado el barco y he venido, huyendo de ti, a la casa grande. Me he duchado en la terraza, bajo la luna, para lavarme la sal y el sol, para borrarte de mi piel. En todas las historias de amor hay alguna ducha que quiere borrar huellas. Y ahora me miro al espejo grande, en la ciudad. Buscándote. Me siento culpable. Me he ido, hasta del paraíso se huye.

Sabes que volveré, mi mar, yo a ti no sé abandonarte.



lunes, 19 de agosto de 2013

el desayuno...



En la mesa del desayuno hay unas jarras de leche y zumos, el sol que entra por el balcón hace brillar el cristal y proyecta en la pared tintineos de luz naranja y blanca, también hay unos tarros de cereales que parecen pepitas de oro. Unas cestas con el pan. Pan blanco en bollitos redondos y blandos, pan de centeno y semillas cortado en rebanadas que se inclinan a la izquierda. En otra cesta hay hojaldres y dulces. Una bandeja con uvas y trozos de melón. Platitos de porcelana con mantequilla y mermeladas de varios colores, parece que estuviesen barnizadas de cómo brillan. Hay bandejas con quesos y jamón dulce. Es todo tan bonito bajo esta luz limpia de este día claro. Me quedo mirando despacio cada sombra, cada reflejo, cada color. Junto a mi taza de café el cuaderno de dibujo y el lápiz, miro también la hoja en blanco.
Quería dibujarlo todo pero ya he aprendido que todo nunca es posible. Tampoco es posible contarlo todo. ¿Por dónde empieza una historia y dónde acaba?
Comienzo a dibujar la bandeja que está en el rincón, unas frutas y un cuenco vacío. No es ni lo más llamativo ni lo más hermoso, pero es lo que dibujo mientras desayuno pensando qué fragmento de aquella historia querría contar.

Por dónde voy a empezar y cómo acabaré antes de olvidarlo todo.


viernes, 16 de agosto de 2013

la monja...




Al entrar por esta puerta una monja ha tropezado y se ha caído. Se le ha levantado el hábito negro y se le han visto las piernas. Hacía mucho tiempo que no pensaba en esa palabra: hábito.
Las monjas de mi colegio de monjas llevaban el hábito morado y el velo malva, no era largo, sólo la madre Mercedes que era muy vieja llevaba el hábito hasta los pies. Las otras monjas lo usaban corto, bajo la rodilla, como nuestros uniformes azules, aunque las niñas mayores, las de las melenas largas y lacias se doblaban la cinturilla varias veces  cuando salían del patio para que la falda les llegase a la mitad del muslo. Los niños mayores del colegio de curas esperaban junto al portón y todos fumaban y reían. La madre Mercedes les regañaba al día siguiente pero lo hacía con tanta dulzura que no le hacían ningún caso, como si oyesen llover.
También fumaban en los servicios, las niñas mayores, pero si las pillaban entonces iban a la madre superiora, esa sí daba miedo.
La monja que se ha caído al cruzar la puerta que da al convento es de mucho antes que las monjas de mi colegio, esas eran más modernas, ésta es de hace un siglo o dos, por lo menos. LLeva un velo blanco y un rosario largo atado a la cintura. El crucifijo de madera se ha quedado en el suelo, tumbado junto a ella hasta que la han ayudado a levantarse. Yo no, no me he movido, estoy dibujando y lo veo todo desde fuera. La monja que se ha caído, el crucifijo en el suelo, la puerta de piedra, el violín del hombre toca a Chopin, todo es una escena que miro suavemente, como se ojea un libro de arte, pasando el dedo sobre las fotos de los cuadros, porque no son cuadros. Se puede ver el tema, las formas y los colores pero no se percibe la dimensión ni la textura. Eso sí, también emocionan.

Me emociona el recuerdo de aquella envidia lejana por querer ser más mayor y más alta, con el pelo largo y lacio, tener el valor de subirme la falda hasta el muslo y fumar. Querer con todas mis fuerzas que haya un niño mayor, el que me gusta en secreto, esperándome a mi en la puerta del colegio.




martes, 13 de agosto de 2013

la plaza grande...




Las cosas grandes parecen más grandes aún cuando se está solo. Las cosas que se desconocen parecen también más extrañas y algo más difíciles. Pero no importa porque cuando uno está solo delante de cosas grandes y desconocidas es como si se cambiase de dimensión. Los pasos al caminar, los ojos al mirar, los oídos al oír, incluso el tacto al tocar o la nariz al oler se hacen más hábiles y más efectivos, pero distintos, es como si entre la gente dejases de ser gente.
Aquella plaza es enorme. Aquella luz se alarga y los días duran demasiado. Allí a las cinco de la mañana ya brillaba la torre verde y el verde de las copas de los árboles. Qué grandes eran los días y qué grandes los árboles allí. Qué nobles, qué serenos. Hay árboles que hablan en aquella ciudad. No importa si no entiendes el idioma, de todos modos tú ya no eres gente y te mueves silenciosa como un pez. Eres un pez debajo de un nogal viejo. Te has sentado a la sombra, los peces también se paran a descansar en medio del océano.
Dibujas en tu libreta, no eres gente, no tienes que hablar ni decir que sí o que no. Tampoco tienes que recordar. No importa que no entiendas a quien se para a mirar tu dibujo. ¿Sonríen los peces? Tú sí, cuando no se sabe un idioma la sonrisa es siempre una buena respuesta. El nogal te sonríe a ti que eres pez y no habláis el mismo idioma.
Las hojas de los árboles allí son más verdes y quizás más densas, más carnosas que las hojas de los árboles del sur, donde los días no son tan largos.
Hay un río que bordea la ciudad. Los peces siempre van al agua y fui, pero no soy un pez de río, no sabría respirar en ese agua opaca, no podría ni meter un dedo.
Cuando se está solo en una ciudad extraña algunas veces se tiene miedo, por algunas calles solitarias, en algunas escaleras oscuras que huelen a humedad. Como no eres gente no tienes a quien coger de la mano para que el miedo pase y entonces caminas más rápido buscando la luz.
Cuando se está solo en una plaza tan grande llena de tantas nubes grises y tanto frío se respira hacia dentro, se habla hacia dentro y pasa algo muy raro que no suele pasar y es que te ves por dentro y te sorprendes. Te conviertes un poco en plaza, un poco en nube, un poco en nogal.

Cuando cierras el cuaderno de dibujo y te levantas ya no eres pez. Conoces la calle de vuelta, no vas a perderte. Las escaleras oscuras que huelen a humedad no van a darte miedo.




viernes, 9 de agosto de 2013

el equipaje...



La bolsa de viaje es de piel negra, tan pequeña que si se la colgase al hombro alguien más grande parecería una cartera de trabajo o el maletín de un ordenador.
Sobre la cama el chal de seda rosa servirá para envolver en un rulito la ropa; el pantalón de raso negro, el de algodón beige, la camisa de flores, la de gasa, una camiseta blanca, la cazadora vaquera porque hará frío, las sandalias de cristal. En el neceser las cremas y el gel van en tarritos tan pequeños que parecen de juguete, el cepillo de dientes y un collar. El cuaderno de dibujo, un pincel, las acuarelas, el lápiz 2b, un libro seleccionado para que sea pequeño y pese poco, una libretita para escribir, la tarjeta de embarque, el cargador del móvil y el plano de la ciudad.

Parece el equipaje de una muñeca.


martes, 6 de agosto de 2013

tormenta...



Allí amanecerá más tarde. O bien, en ese otro tiempo amanecerá más tarde, el cielo será de otro azul y lo cruzarán otras nubes. ¿Tendría que decirlo en pasado? Allí amaneció más tarde y yo todavía no tenía la ventana abierta durante toda la noche para que me cayesen encima las estrellas o las gotas de lluvia. Allí la vida fue ordenada y los espacios eran amplios. O bien, cuando amanezca un poco después y las colinas se despierten verdes y húmedas aquí el sol habrá llegado al mástil.
Esta noche hubo tormenta, tuve que levantarme para afianzar las amarras y cazar la driza de la mayor que golpeaba el palo. Me movía por la cubierta como un niño inseguro para no caer. El cielo era amarillo, hacía frío. Ahora el día parece calmo, quiero cerrar los ojos, dejar que mis pensamientos sin sentido se escapen por el portillo y dormir un poco más.

No tengo prisa, de todos modos allí aún no habrá amanecido.




domingo, 4 de agosto de 2013

novedad...



Novedad, escrito en vertical en la esquina de un edificio recubierto de azulejos tornasolados que al atardecer brillan como el oro en una calle de un pueblo de Cádiz. En la acera de enfrente, en la terraza de un bar, estoy tomando un agua con gas, el vaso ha sudado sobre la mesa, con el dedo escribo "novedad" y esa palabra, de repente, llena de melancolía la tarde de verano, ha nublado el cielo, ha caído todo el peso del tiempo que pasa sobre la acera, sobre las copas de los árboles, se refleja en la luz dorada que ahora parece mediocre y rota. ¿Cómo sería esta calle hace un siglo? la casa de las novedades brillando al caer el sol, alguien entró en lo que entonces era una tienda de tejidos y compró unos metros de tela floreada con la ilusión de hacerse un vestido nuevo, para estrenarlo en un baile, para enamorar o enamorarse. Me han venido a la piel todas las novedades que a impulsos dan felicidad antes de pasar y volverse viejas, las cosas nuevas, las ilusiones nuevas, las personas nuevas. Pero nunca lo había visto escrito así, tan claro, en la esquina del edificio de enfrente.

Lo curioso es que nadie más parece verlo ni sentir esta pena infinita que yo siento.



jueves, 1 de agosto de 2013

turista...



En verano cubren la calle Larios con toldos. No había estado en el centro de mi ciudad desde primavera, cuando el sol no duele y el aire en algunas calles huele a azahar. En estos días de verano hace falta la sombra porque el suelo quema como el aire. Yo aprendí hace mucho a caminar evitando el sol. Ayer fui a Málaga, bajé andando por el paseo del puerto, han plantado palmerales y abierto bares y restaurantes. Atracan en el muelle los cruceros y bajan a tierra cientos de turistas de uniforme: pantalones cortos, camisetas sin mangas, gorra o sombrero, botella de agua y cámara de fotos, muchos arrastran los pies y seguro que han nacido en lugares lejanos donde hace frío porque no conocen la técnica de caminar buscando la sombra. Ayer me sorprendía ver que se paraban rojos y congestionados a mirar el plano o a beber agua de la botella al sol, aunque hubiese una sombra a pocos pasos. Quién conozca Málaga sabe que en dos metros puede cambiar la temperatura varios grados, se puede pasar del infierno al paraíso. (Pasar del infierno al paraíso en pocos metros, en pocos minutos, en pocas palabras).
La calle Larios se mantiene fresca con estos toldos que se balancean como alas de mariposa. Me perdí por las callecitas del centro sin rumbo fijo, no me crucé con nadie conocido, ni recordé los años de mi vida en esta ciudad. Era una turista extraña, observadora silenciosa, la única con pantalones largos y camisa, la única sin botella de agua ni sombrero.

Si yo hubiese sido ayer una turista de verdad me iría pensando que mi ciudad es preciosa. En verano visten las calles de gasa y la avenida principal es el mar.