sobre las cosas del vivir



domingo, 28 de julio de 2013

carta sin destino...


3 de julio:
Pienso en ti casi todas las tardes y también por las mañanas al despertar. Yo antes te escribía mucho, todo lo que no podía decirte te lo escribía, ahora ya no te escribo tanto pero sigo pensando en ti y voy diciéndote las cosas que van pasando, en voz muy baja cuando estoy sola, o en silencio si hay alguien más; algunas veces me preguntan en qué pienso, ¿no te parece absurdo preguntar eso? a esa pregunta yo nunca respondo la verdad. Cuando me lo preguntan miento, soy buena diciendo mentiras, lo curioso es que dentro de las mentiras digo lo que estaba pensando que quería decirte, por ejemplo: en este atardecer las sombras son más largas que nunca, parece que se hayan derramado por las piedras.
No soy tan buena escribiendo como mintiendo, por eso ya no te mando mis cartas, antes, cuando las cartas eran de papel yo te las enviaba en un sobre blanco, sin dirección, ni nombre, ni remite, las echaba en los buzones como si las lanzase al mar, soñando que te llegarían, después me hice más mayor y comprendí que era una tontería, te seguía escribiendo pero guardaba tus cartas, pensaba que si te veía algún día te las daría todas, te ayudaría a leerlas porque mi letra es horrorosa y difícil de entender. Se me perdieron aquellas cartas, o las tiré cuando me enfadé contigo o te olvidé. Te he olvidado muchas veces, me he enfadado contigo muchas veces, sobretodo cuando más te necesitaba. ¿Ves? me pierdo al escribirte, si le escribo a otras personas soy más ordenada, más breve, soy capaz de decir cosas bonitas o divertidas, mis cartas para ti siempre han sido como ésta, absurda, pero ya te he escrito tanto que pienso que tú me conoces, lo entenderás todo, perdonarás lo mal que escribo y lo absurda que soy.
Estoy en un hotel donde tú no has estado, es un caserón entre colinas, cerca la playa, ¿conoces tú éste mar?. Detrás de mi habitación hay un sendero que lleva a las cuadras, si estuvieses aquí iría contigo a montar a caballo, la chica que los alquila es muy guapa y muy simpática, la conocí ayer cuando fui a acariciar los caballos, se llama Lucía, me dijo que al anochecer se puede montar por la playa, me encantaría ir a montar a caballo contigo por la playa. No!, ahora que te lo digo suena a anuncio cursi, no iríamos, seguramente a ti no te gustaría, aunque hoy me he vestido de blanco, eso va bien con el anuncio cursi que nunca haremos. Si estuvieses aquí ¿vendrías conmigo a cenar?, hay un pequeño restaurante en el pueblo, al verlo el otro día pensé que me gustaría mucho cenar contigo en un restaurante así, a la luz de las velas. Cuando veo algo que me gusta quiero enseñártelo, pero no puedo.

¿De qué hablaríamos tú y yo?

Se hace tarde y tengo frío, ¿Sabes que casi siempre tengo frío?.
No voy a despedirme. En las cartas que te escribo, ya lo sabes, nunca me despido porque siempre continúan. Nunca he sabido dejar de escribirte...




jueves, 25 de julio de 2013

las cosas que amo...



El olor a jazmín, los animales, las estrellas, el mar. Los libros buenos, los sitios mágicos, las buenas conversaciones, la soledad, las cosas bellas y lo que no siendo bello se merece ser amado. Jugar, equivocarme, aprender.

Amo volver a la casa blanca en un atardecer de verano y oír el rumor de la fuente en el patio.


martes, 23 de julio de 2013

bello...



"He encontrado la definición de lo Bello, es un algo ardiente y triste, algo que sugiere un aire de melancolía, de cansancio e incluso de hartazgo. Yo no quiero decir que la alegría no pueda ir de la mano de la belleza pero sí mantengo que la alegría es uno de sus adornos más vulgares".

Baudelaire


Y así se ocultó el sol, y antes de llegar a puerto pude comprender el por qué de esta melancolía y este cansancio. Al fin, esa noche, dormí bien.


lunes, 22 de julio de 2013

domingo, 21 de julio de 2013

las mejilloneras...




No son mejilloneras, no son unas plataformas de madera ancladas al fondo por cadenas de hierro para que crezcan mejillones, no están cerca de la costa ni se posan en ellas las gaviotas para dormir.
Son unas casas flotantes que navegan libres por el mar, no tienen timón ni ancla, no pueden gobernarse, van a la deriva, yo vivo en una de esas plataformas flotantes, como soy muy pequeña ese espacio es suficiente para mi, incluso tengo un jardín donde cultivo flores y verduras para comer, he aprendido a recoger el agua del rocío para beber, los delfines me traen las cosas que voy necesitando como piedras y algas. He vivido siempre allí, no conozco la tierra firme. Algunas veces me he cruzado con barcos que me han contado historias sobre el mundo y el amor, pero no sé si son verdad, quizás se las inventaron para cautivarme y llevarme con ellos, menos mal que no los creí, la gente dice muchas mentiras. Prefiero vivir sola en este mundo mío, confío en el mar y en el cielo.
A la deriva, como yo, viene otra plataforma flotante, nunca había visto un mundo gemelo al mío, nunca me había mirado en un espejo y tengo miedo. ¿Quién vivirá ahí? ¿Será como yo? ¿Estará ahora sintiendo el mismo miedo y la misma curiosidad que yo siento? Deseo lanzarme al mar y llegar a nado hasta él. ¿Lo haré?

Iba sentada en la proa del barco con el niño, lo senté entre mis piernas y lo abracé desde atrás, en el mar se pueden contar muchas historias, yo disfrutaba inventándolas y él oyéndolas. Me dijo que sí, que seguro que iría a la otra plataforma y que allí viviría él. A los niños les gustan los finales felices...


jueves, 18 de julio de 2013

tu mundo...



Las lámparas, hay una de nácar en la casa de la ciudad, sobre la mesa del comedor dorada. En la casa del pueblo blanco las lámparas son blancas y se confunden con las paredes y las sombras. Los sillones, el de flores azules, el de seda roja, el de terciopelo color humo, el blanco de la casa blanca. Las sillas donde te sientas a comer, a dibujar, a escribir, en la cocina, en el comedor, en el estudio. Las alfombras de lana, la bañera de mármol, el lavamanos que hiciste tu misma, de barro y luego esmaltaste en ese color verde mar para que al lavarte la cara sintieses la emoción de las olas.
Hay tanta melancolía y tanta felicidad en tantas cosas. Amas tanto los objetos que rodean tu vida, los has buscado con tanto detalle, seleccionándolos con tanto cuidado, no quieres demasiadas cosas, aprecias los espacios vacíos. Nunca has elegido nada por su valor económico, has rechazado piezas valiosas muchas veces, no es eso, es la belleza que tú ves. Tu mundo.

También en una playa solitaria recoges piedras y con mucho cuidado, bajo el sol, las colocas en círculo, con paciencia y amor. Las abandonarás, como eres capaz de abandonarlo todo, pero durante un tiempo te ha hecho feliz rodearte de lo que consideras bello, efímero, te recuerda que todo pasa.
Tu mundo.



lunes, 15 de julio de 2013

el placer de mirar...



Abrí los ojos y vi que el toldo blanco que me protegía del sol bailaba movido por el viento. Se filtraba la luz de la tarde y en esa danza de tela densa perdí la mirada. Por primera vez en mucho tiempo fue como si mis ojos no hubieran mirado jamás y percibí en ellos, que en ese momento me fueron ajenos, el placer de mirar.

Cuántas veces lo he olvidado. Sin tener que reconocer, ni recordar, ni imaginar, ni expresar, sin tener que pensar. El placer de mirar.


jueves, 11 de julio de 2013

oasis...




Oasis. Tú sabes lo que significa llegar a un oasis, ¿lo sabes? ¿estás ahí?
He caminado durante todo el día bajo el sol, (aunque haya estado tumbada a la sombra en la cubierta del barco, a babor, con los ojos cerrados para saborear mejor la brisa de poniente). Aún así, aunque esté en silencio, flotando en esta soledad que llega al horizonte, llevo días en el desierto, semanas, años de arena y sed, soñando un oasis de palmeras y agua. ¿Sabes tú por qué soñamos los sueños de los otros?. ¿Por qué al encontrar un hilillo de agua bajo las palmeras grandes en vez de beber mojo el dedo y escribo en la arena? ¿Lo sabes?.
El oasis desaparece cuando lo has encontrado, como desaparecen los deseos cuando se cumplen y las letras enigmáticas que se escriben en la arena al pasar el viento o las olas.

Atardece ahora, tengo que largar las amarras porque está subiendo la marea y el oasis que tanto he soñado se ha hecho mar.




lunes, 8 de julio de 2013

bolonia...



Entonces no había casi nadie, ahora hay más gente aunque cuando sopla el levante desaparecen y da la sensación de que el tiempo no ha pasado.
La primera vez que fui a Bolonia yo tenía 20 años, llevaba un saco de dormir, un cuaderno de dibujo y un libro. Me quedé sola viviendo en las dunas durante un mes. No podía irme, era el sitio más bello que había visto nunca. Llegué a formar parte del paisaje, como los pinos que crecen en la arena o las rocas. El poco dinero que llevaba se acabó y viví con lo que ganaba haciendo retratos a los turistas que venían los fines de semana a esas playas solitarias, retratos a carbón, difuminados con los dedos, dibujaba a los niños que jugaban en la orilla y los padres orgullosos me daban algo a cambio de esos dibujos en blanco y negro, con esas monedas compraba fruta y agua que racionaba durante la semana, algunas veces me invitaban a comer los que comprendían que yo no era una turista sino que vivía allí, de aquel modo salvaje y primitivo.
Los días pasaban a otro ritmo, la soledad y el silencio se hicieron paralelos al horizonte, el horizonte a la orilla y la orilla a mi alma. Dejé quizás de ser humana y me volví animal, arena, viento, ola o estrella.
Se hicieron más verdes mis ojos, más oscura mi piel y más dorado mi pelo, adelgacé tanto como los juncos que crecen tras las dunas, aprendí a volar como las gaviotas.
He vuelto a Bolonia, esa playa de Cádiz que se parece al paraíso.
Cuando les contaba a mis amigos aquel mes, viviendo sola en las dunas, he sentido miedo, nostalgia y una felicidad nueva y densa que hasta ahora no había conocido.

Sigo allí, me reconozco, yo soy la arena, el viento, la ola y la estrella, todo aquello no es pasado, me fundí allí y allí sigo. Había unas huellas en la orilla húmeda, eran las mías, y distinguí mi sombra escurridiza huyendo por las dunas.


sábado, 6 de julio de 2013

calle del mar...




Si pudiese elegir viviría en una calle blanca de un lugar sin futuro. Mi casa sería pequeña dando a las olas. Como no tengo miedo saltaría desde la ventana para bañarme, nadaría lejos y miraría hacia tierra, distinguiría mi casita blanca al borde del acantilado y sonreiría, le diría al mar: "amor, esa es nuestra casa, ¿la ves? la que tiene un jazmín en la azotea, y la puerta azul". Seguiría jugando con él, con el mar, acariciándolo en cada brazada. Volvería a la orilla cansada y feliz y me sentaría en la terraza desde donde podría meter los pies en el agua para seguir tocándolo, a él, al mar, mi amor.
Por las noches me acostaría a su lado sin desear nunca irme, le contaría cada día mis historias, las verdaderas bajo el sol y al atardecer las inventadas.

Le confesaría que lo amo tanto que busqué por todo el mundo hasta encontrar una calle que llevara su nombre, lo dejé todo y me vine allí para vivir con él.


viernes, 5 de julio de 2013

despertar...



Me escondí, pero todo pasa, al despertar estiré las piernas hasta encontrar la arena y abrí los ojos, seguían allí el mar y las rocas. Tras el horizonte las montañas de África, el pareo rojo me protegía del sol, de la brisa de levante que era fría, de los sueños que todavía revoloteaban sobre mi piel.
Me escondí, pero todo pasa, al despertar volví y encontré el mundo en su sitio, tal como lo había dejado, la casa en orden, el libro sobre la mesa, las cerezas en la nevera, la ropa sin planchar.

Todavía revolotea sobre mi piel el olor del mar en el viento de levante.



miércoles, 3 de julio de 2013

la siesta...



Es muy fácil. Sirve cualquier trozo de tela lo suficientemente grande, una sábana, un chal de seda, un pareo de algodón rojo. Te tumbas a la hora de la siesta en cualquier sitio tranquilo. Cuando eras niña detrás de la casa, en aquel trozo de jardín que creías solo tuyo, donde crecían la dama de noche y el laurel. También en playas solitarias, bajo algunos árboles grandes, aquella higuera, aquel nogal. En el prado del norte cuando no llovía, en la azotea ardiente de aquella casa de Sevilla. Sabes buscar una sombra y te tumbas, doblas las piernas y te cubres con la tela, la cabeza también, haces un escondite que vibra con el viento y te alejas del mundo, sola, tú sabes huir. A la hora de la siesta no duermes, sueñas, sonríes, susurras muy bajito secretos que se lleva el calor o la brisa si sopla. No importa donde estés.

Sigues igual, quizás cuando despiertes y salgas de tu nido algunas de las palabras, que sólo en las siestas rojas te atreves a decir, hayan llegado a su destino.