sobre las cosas del vivir



martes, 29 de noviembre de 2011

prunus...



Nunca había tenido un árbol de hoja caduca, ahora tengo uno, un prunus, está en el patio pequeño, lo compré cuando murió mi madre porque era el árbol que más le gustaba y se lo regalé post mortem, Cuando lo miro pienso en ella, los amores son a veces tan extraños, nunca pensé que se pudiese amar más aún a alguien cuando ya no está.
Pasa el invierno sin hojas convertido en un esqueleto cómico y frágil, orgulloso, ignorando al fícus, a la glicina, a la camelia que florece cuando él está desnudo. Entonces yo lo podo, en alguna mañana fría me subo a la escalera y voy eligiendo las ramitas que tengo que cortar para que cuando llegue la primavera florezca de nuevo y tras las flores frágiles como él y como yo, salgan de nuevo las hojas rojas. Mientras lo podo voy hablando con mi madre porque el prunus es suyo y lo cuido tanto para ella.
El verano lo pasa recubierto de hojas que dan una sombra violácea a mi patio pequeño, yo en verano me ducho en el patio con la manguera y miro el cielo azul através de sus hojas blandas.
Después llega el otoño y lentamente se va desprendiendo de las hojas que caen a los chinos y al agua de la fuente. Las veo caer y las voy recogiendo despacito, como si fuese un rito. Los movimientos lentos aveces dan la felicidad.

lunes, 28 de noviembre de 2011

las cosas que llevamos en el viaje...



Alguien me ha dicho hoy que las cosas importantes las llevará siempre en su maleta de la vida.
Yo no tengo maleta, últimamente he viajado mucho y he aprendido a viajar con muy pocas cosas, antes del viaje pienso en cuantos días estaré fuera y elijo poca ropa pensando en como combinarla, generalmente hay un color que predomina, eso hace que después recuerde los lugares teñidos de ese color, en Berlín fue el azul, en Turquía el negro, en Londres el rojo, en Lisboa el verde, en Cuba el rosa, en Roma, bueno a Roma he ido tantas veces que la recuerdo de todos los colores. Después escojo algunos complementos, un libro por viaje, un cuaderno donde dibujo y escribo, cosas sin importancia que cambian cada vez, las meto en mi bolsa de viaje que es pequeña, blandita, neutra, inestable como yo.
Cada vez intento llevar menos cosas y cuando vuelvo lo vacío todo para poder empezar de nuevo.

Mi bolsa de viaje de la vida está medio vacía, la he llenado y vaciado muchas veces ya.
Me está costando una vida mantenerla ligera y libre, sin cargas, sin demasiados recuerdos, para tener la ilusión de poder escapar en cualquier momento, que pese poco, no llevar casi nada y llegar lejos.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

mis estatuas...



Paso muchas horas aquí, en este aula, rodeada de estatuas.
Mis estatuas.
Blancos cuerpos de escayola, desnudos y suaves. Son suaves y cuando explico como dibujarlos a veces los acaricio, paso la mano por estas anatomías frías mientras hablo de proporción o movimiento. No me resulta extraño estar rodeada de cuerpos blancos, desnudos y fríos. Ya de pequeña, con mi uniforme azul y mis libros iba a la escuela de artes y oficios de mi ciudad a dibujar estatuas, las mismas estatuas, porque no envejecen. Mi padre me regaló una cajita de madera para que guardase los carboncillos, los trapos y la plomada, que él también me hizo, los instrumentos de dibujo en la cajita de madera que después llevé a la facultad de Bellas Artes donde seguí dibujando las mismas estatuas usando la misma plomada de mi padre. Sigo teniendo la cajita con carboncillos y sigo a veces dibujando estatuas en algunas horas libres, cuando los alumnos se van y me quedo sola en el aula.
Tengo la impresión de que mis estatuas van a desaparecer pronto. En cuanto la crisis lo permita este aula se renovará (ya lo han propuesto varias veces en el claustro de profesores) se llenará de ordenadores y pantallas, se quitarán los caballetes y las banquetas de madera y se tirarán las estatuas que ya nadie considera que sean útiles para aprender a dibujar. Desaparecerán mis estatuas y el aula dejará de ser un aula decadente del siglo pasado. Perderé mi paraíso de estatuas blancas y recuerdos a carboncillo.

Quería sólo decirlo mientras se acomodan los alumnos para comenzar la clase.
Por cierto a veces tengo más estatuas que alumnos. Las echaré tanto de menos!

martes, 22 de noviembre de 2011

amor viejo...



Yo quiero mucho a mi perra. La he querido tanto que me cuestiono mi capacidad de amar. La quiero mucho más que a muchas personas.
Solo quien ha amado a un animal lo comprenderá porque el amor que se recibe y se da es de otra densidad. Aprendí mucho sobre el amor amando a mi perra.
Mi perra ahora es vieja y me está enseñando también a amar la vejez.
La vejez es algo que siempre creemos que le sucede a los otros, pero el tiempo pasa dejando huellas, imperceptibles al principio, unas canas que se aceptan, unas arrugas que se asumen, las gafas, porque ya no se puede leer bien. Nos acercamos a la vejez pero siempre parece que queda lejos.
De pronto alguien se nos vuelve viejo y nos sorprende, la vejez humana casi siempre es triste. Quien tiene la suerte de amar a un animal puede ver como la vejez llega de golpe, el cachorrito con el que jugábamos hace unos años se ha convertido en un perro viejo, canoso, achacoso, como los viejos que se nos vuelven viejos, como nosotros cuando sin avisar nos llegue la vejez.
Mi perra es vieja y alegre, se ha quedado ciega pero disfruta de la vida con la intensidad y la sabiduria que sólo tienen los animales y los niños. Cuando la saco de paseo tropieza con las aceras y las esquinas pero se repone sin verguenza ni dolor y continua caminando orgullosa con su trotecito lento, como si fuese joven y fuerte y le quedase mucho tiempo de vida. En la casa disfruta del sofá o de la alfombra con esa calma y esa elegancia en la postura, sólo mirarla me hace sentir bien, quiero ser como ella, poder disfrutar del dormir, buscar el rayo de sol y tumbarme sin preocuparme de nada más, quiero alegrarme cuando alguien se me acerque, como ella que apenas oye unos pasos mueve el rabo ilusionada, quiero que la menor caricia me de el placer que ella demuestra cuando apoyo mi mano sobre su cabeza y se gira para regalarme un lametón. Quisiera tener el apetito que ella tiene y que cualquier bocado se convierta en un festín.
Se que morirá pronto mi perra vieja. Mi amor viejo. Intentaré no olvidar que mi perra me está enseñando a amar la vejez que también a mi, como a todos, me llegará sin avisar.

viernes, 18 de noviembre de 2011

nubes negras...



Un día en el mar todo se llenó de nubes negras. Desapareció la luz y el azul.
Recuerdo que llevaba puesta una chaqueta roja. Yo era un único punto rojo en el gris y el negro.
Eso me hizo sonreír a pesar del miedo que da el mar oscuro y de la lluvia que hacía crecer el agua.

Hay días de nubes negras. Hoy están aquí, llegaron anoche en una carta*, palabras cargadas de nubes.
Tampoco aquel día en el mar yo esperaba nubes negras, a veces llegan sin avisar, por cielo o por carta, nunca se sabe.
Me he puesto un jersey rojo por si me hace sonreír, aparte de eso no puedo hacer más que esperar porque se que pasan. Ya volverán los claros y el azul.

* siempre las llamaré cartas aunque lleguen por internet y las lea en el iphone.

jueves, 17 de noviembre de 2011

las cosas que tenemos cerca...

             

La chimenea, por ejemplo. Ahora la miro y me parece perfecta, orgullosa, recortada en este cielo azul.
Cuando rehabilité esta casa donde vivo, en un pueblo pequeño entre el mar y la montaña, recuerdo que dudé mucho a la hora de hacer la chimenea, investigué, hice fotos a todas las chimeneas que veía, recorrí urbanizaciones y rebusqué en revistas de decoración y libros de arquitectura, hacer una chimenea no es tan fácil. Tenía una libreta donde iba haciendo dibujos de todas las ideas, había al menos tres hojas llenas de apuntes de chimeneas.
La mañana en la que había que decidir llevé toda mi documentación y comencé a enseñársela a Paco, el albañil que me estaba haciendo la obra. Paco tenía esos ojos que saben mirar con una mezcla de atención e ironía, no sabia nunca cuando le explicaba mis ideas si me comprendía o si se burlaba de mi. También eran unos ojos dulces y serenos que me transmitían confianza, por eso quizás salió tan bien la obra, porque confié en sus ojos (y en su capacidad de poner ladrillos). Le mostré a Paco las fotos y los dibujos de las chimeneas que me gustaban, le di medidas y al final le pregunté su opinión.
Me miró con aquellos ojos burlones y me dijo, "¿no has mirado las chimeneas antiguas que se hacían en este pueblo?". Desde mi terraza se ven los tejados del pueblo, un pueblo al sur, muy al sur de Granada, en las casas más viejas se veía siempre el mismo modelo de chimenea, simple, perfecta, hecha con 5 tejas. ¿Como no había visto esas chimeneas si las tenía delante?
Recogí mis dibujos y  mis medidas y no tuve que decir nada más. Se hizo la chimenea que la casa necesitaba. Ahora la miro y me alegra haber sido capaz de descubrir lo que tenía cerca y no veía. Lo vi gracias a los ojos de Paco el albañil. Pero desde entonces me esfuerzo mucho más en no ir mirando  tan lejos.