Lo que recuerdo más intensamente es el olor del aula de pintura, olor a oleo, a trementina, al polvo de todas las telas antiguas que se usaban para crear los decorados donde posaban los modelos. Los caballetes de madera se movían por el aula, cada uno lo colocaba donde quería. Antes de enfrentarnos al lienzo definitivo hacíamos algunos apuntes en tablillas o en cartones para estudiar la composición o las tonalidades generales, el cuadro final, el grande, no tenía nunca tanta frescura. Pintar es muy difícil, pero hacer un boceto algunas veces es algo espontáneo sale de un modo natural, mágico. Por eso admiro tanto la pintura trabajada y que sigue conservando la magia, la pintura de los que pueden llegar más allá de los primeros trazos y no perder la esencia.
Éste es el boceto, alguien me ha dicho alguna vez al verlo que es una escena sensual, podría ser.
Yo sólo veo la sensualidad en el trazo, en el color, me recuerda la emoción del olor del aula de pintura, la quietud de las modelos mientras posaban, el esfuerzo al mezclar el oleo en la paleta, al mirar y querer descifrar lo que se ve, intentar captar la forma, la luz, la dificultad de representar la carne.
Las palabras, las músicas, los olores, los colores y algunas imágenes tienen la capacidad de trasladarnos en el tiempo.
En este domingo de otoño busco algo que me lleve lejos porque necesito escapar. Un boceto de aquellos años y vuelvo allí.